Para Miguel.
Se madrugo
en Nueva York entre Harlem y Buffalo, está ahora sentado leyendo el periódico esperando
en el lobby del hospital, y él sabe que nadie le quita los ojos de encima. Ya
se lo habían advertido, y aun así no le importaba. Precisamente con todas esas
advertencias se incluyen las estrategias y como se ajustan con sus destrezas, y
así es como a Rommel no le importa las malas miradas locales. No obstante
entretiene el pensamiento de a qué se debe, podrá ser la costumbre racista por
el color de la transformación en su piel y las marcas, y el hecho que anda
portando un arma bajo su abrigo oscuro. Las miradas solo pueden asumir eso último,
el tiene sus dudas que tengan la visión así de entrenada para ese detalle. Por
otra parte tal vez lo miran mal y con prejuicio por algo que haya pasado, sea
recientemente o ahora en el momento, tratando de entender eso Rommel le presta
una ojeada al televisor en la sala y se fija que no se están transmitiendo
noticias. Se levanta por un momento y regresa a un local en otra sala donde
consiguió el periódico para pedir una botellita de agua. No percibe ningún
prejuicio del cajero obeso atendiendo que le sonríe tomándose un cafecito, el
televisor encima de ellos en el local lo que transmite es un encuentro clásico de
la lucha libre local por un canal de deportes y Rommel convenientemente llega
en el momento para presentar a los peleadores: el hijo prodigioso del pueblo,
el caballote italoamericano campeón de peso completo Cosmo Grand. Y en esta
esquina el retador, el invasor forastero vaquero malvado bandido que llego solo
a ofender y llevarse el título, Bad Bad Frank. Sin darse cuenta, se acomodo
como espectador delante de la pantalla. Le quiere solamente echar un vistazo al
retador. “¿Usted ha visto esa pelea antes?” – el cajero decide preguntarle.
“No…” – Rommel contesta,
pero alza un índice libre para tratar de señalar al Bad Bad Frank. “Pero a él
lo he visto luchar en persona. Por el Pacifico, contra un cubano, Mago Merluzo
yo creo que se llamaba.”
“¿Si, y en qué año?”
“Para el 2006, nunca se me
olvida.”
“¡Ah rayo, tal vez nos
encontramos! ¡Yo estaba para esa también!”
“¡Si, lo más seguro!...” –
rápido se intercambian miradas amenas y él se despide. “Buen día a usted…” –
camina de regreso al lobby con el periódico enrollado bajo el sobaco derecho y
se toma el agua, siente fuerte actividad en la sala de emergencia por el otro
pasillo más abajo con las ambulancias que van llegando y bajando una colección
de paramédicos y jóvenes pacientes en las camillas. La gritería es como si
estuviesen en una casilla médica en el medio de la batalla. Se salpica para
verse un joven de raza mixta agitado en su camilla apretando una herida en el
pecho, llorando y gritando en agonía, Rommel a esto desvía sus ojos alzando sus
cejas y sigue tomando de su botella. Busca su asiento en el lobby y divisa en
ese otro televisor ninguna novedad. Se sintoniza un canal de documentales
americano, aunque ya con la hora que paso concluye un documental archivado
sobre el presidente ruso Boris Yeltsin.
“Concluyendo su campaña para
la reelección, Yeltsin hizo una sorpresiva visita a sus fuerzas armadas en
Chechenia para personalmente informarles el fin del conflicto, y a su vez
felicitarlos por sus esfuerzos…” – las miradas malas siguen por parte de otras
personas esperando, son jóvenes, más o menos como el mismo que vio en esa
camilla sufriendo, pero ya Rommel no puede esconder que le es poca cosa, se
sienta, deja su espalda caer y se recuesta, y termina el documental de Yeltsin.
“…ninguna estatua en su imagen, a diferencia de los pasados lideres de Rusia,
solo una placa en el Kremlin que establece su legado como el primer presidente
de Rusia democráticamente escogido por los ciudadanos para dirigir.”
Torna la
mirada y se agrada con la sorpresa, ahí está Miguel y todo le salió bien. Su
hermana Gabriela lo empuja en la silla de ruedas, y así Rommel se levanta para
saludar y ayudarlos. “¿A Dios y tú qué haces aquí?” – Miguel se alegra en verlo
dándose la mano.
“¡Bueno yo llegue con toda
la prisa que pude! ¡Tu ya sabes que a mí me importa, y a todo el mundo que tú
conoces! ¿Gaby como tu estas?” – se dan un beso en la mejilla y ella le cede la
silla. Ella le huele bien, viste igual, y su físico en forma como siempre.
“Mas que tranquila ahora, Romm.
¿Y tú, dormiste?” – ella le contesta.
“¡Si yo estoy bien, olvídate
de eso! ¡Tuvieron una situación y vamos andar en mi carro, ustedes ni se
preocupen!” – el les asegura y salen del lobby a la marquesina interior entre
ancianos y señoras arribando para tratamiento menos invasivo. Los deja por un
momento para pagar el estacionamiento y recogerlos, un enfermero los asistió
para ayudar a Miguel montarse en el carro y retomar la silla de ruedas, Rommel
se lo agradece, se van por la carretera. “¿Y cómo te sientes?...” – la primera
pregunta bien obvia. “¿Ahí como te trataron?” – genuina curiosidad con la
segunda, el ambiente le fue algo distinto de lo que se ha acostumbrado.
“Nah, chacho, ahora a
esperar a que se me baje la anestesia…” – Miguel contesta bien reclinado
mirando afuera.
“Eso siempre chava.”
“Tengo que volver mañana
para que me saquen hematomas.”
“Si quieres yo te recojo
para esa cita.”
“¡Nah está bien!...” –
Gabriela por explicar. “Yo creo que ya para mañana puedo resolver y el puede
llegar con otra escolta.”
“¡Ah muy bien entonces!” – Rommel
opina. “Cualquier cosita, tu sabes…”
“Lo sé…” – Miguel le
contesta. “Esto es solo algo que yo no estaba esperando.” – callan el resto del
viaje, Rommel queda sin que decirle para que ellos estén tranquilos y Gabriela
no lo quiere molestar. Ella se alegra en silencio que al parecer no va discutir
su independencia y coger calle otra vez. Ahora es solo cuestión de que ella lo
ayude, y todo el mundo está cooperando. Llegan al edificio, un camino
subterráneo primero para el estacionamiento. Los reciben ahora la mencionada
escolta, bruscos uniformados como guardias de seguridad con los colores dorados
de la compañía. Este ya es el beneficio adquirido por las labores de Gabriela y
el tiempo que lleva con ellos. Ayudan a Miguel para que se levante y pueda
permanecer de pie para poder llegar hacia el primer ascensor, y desde ahí su
hermana lo acompaña mientras a Rommel le permiten estacionar su vehículo cerca.
Por el no esperan y él no tiene ningún problema con eso bajándose del carro y
esperando su turno para subir, se saludan él y los guardias en silencio por el
camino. Unos tres pisos y arriba a otra recepción hacia un puente con un andar
eléctrico donde ya ve a los hermanos alcanzar el final, el los saluda y hace
gestos que sigan. La recepción es más bien un bloqueo con más de los guardias
vigilando.
“Rommel Maldonado…” – ellos
le van preguntando. “You’re the guest of Gabriela Tapia
today, is that correct?”
“Yes,
I drove them back from the hospital.”
“Alright,
got any metals on you?”
“Just
two.”
“We’re
gonna need for you to place them on this tiny basket if you will…”
“Of course.” – y los
guardias se alarman con la tranquilidad en que Rommel se desarma de una larga
pistola automática por la correa bajo su abrigo y un revolver más pequeño en
otra correa por la bota de caza izquierda.
“…do
you have a carrying permit for these?”
“Well yes, and a union
card.” – Rommel entiende que es mejor que vaya sacando su billetera con los
registros pertinentes.
“Union card?...” – el agente
de seguridad lo verifica.
“Yes
sir, freelance, union card. I work in the Cincinnati area and I carry it with
me always. Just in case it gets misplaced in these type of security points,
which I’m very willing to leave here with you people of course!...” – los
agentes se reunen por un memento para discutirlo, y bien rapido se ponen de
acuerdo.
“Alright,
these stay here, then before you leave we’re gonna have to verify this
registry.”
“Very well, I understand…” –
le ceden el paso y el toma el andar eléctrico, atraviesa el puente que cruza
toda una calle. Las ventanas que toman toda la estructura ahumadas al igual que
el aspecto del edificio en sus exteriores, le pasa por el lado en el camino
peatonal mas voluntario a un joven con el aspecto de artista tomando fotos al
panorama afuera. Se ve con la misma piel suya, el pelo largo oscuro amarrado,
viste de negro con la camisa de mangas largas. El día afuera aun en el trance
del sereno, lento en comenzar. Rommel alcanza el final del puente hacia un
ambiente más gris y minimalista vacio por el momento con solamente escaleras
eléctricas trabajando, les pasa por el lado buscando de corredor en corredor a
otro pasillo con los ascensores hacia las viviendas. Divisa la imagen de
Gabriela en un retrato de propaganda mientras espera, Lemelson Investment,
“Your true connection to the Americas.” Viste y sonríe como ejecutiva guapa
Hispana ante una ecléctica mezcla de una playa, el azul marino con rojo y el
logo de la compañía. Llega el ascensor y ahora debe esperar alcanzar el séptimo
piso, sale al pasillo, y ella está en su puerta esperando. Esto será breve, una
despedida y las gracias, ya Miguel se acostó para que se le quite esa anestesia
del sistema. Ella no le menciona que hoy tenían que verlos a los tres en el
mismo carro y Rommel entiende porque sin vacilarlo. Le logra preguntar que van
hacer después, con sus vidas, no durante el día. Gabriela le dice que se
quieren ir, a Montreal tal vez, que ya este sitio se está poniendo menos
diplomático. Rommel contesta que eso es una excelente decisión, y los deja.
Le verifican los registros y con todos los detalles
correctos el sale del edificio sin problema. Luego Rommel recibe un
recordatorio por texto de la unión, tiene una cita pendiente. Quince minutos
antes como costumbre y se percata que lo esperaban en el otro edificio menos
formal pero aun espacio de oficina en ese sector de negocios. El que lo espera
abrigado y encapuchado, sentado en una parada de guagua en desuso, ve a Rommel
salir del estacionamiento subterráneo para los ascensores más inmediatos de la
entrada con nada de seguridad. Entran al primer ascensor disponible, el
encapuchado presiona para el undécimo piso, y sin decir nada sale antes de que
cierren las compuertas. Rommel arriba entra por el pasillo crema y busca
primero a su derecha, acierta al ver una puerta abrirse y un individuo
afroamericano vestido de blanco le hace los gestos de que pase. El primer
cuarto en ese espacio completamente vacío pero decorado, grandes cruces de
madera en las paredes crema, un retrato de la imagen aria leona de Jesús en la
primera pared al abrir la puerta y
adyacente a la próxima salida por donde pasan, un otro retrato de David Koresh.
Solo se escucha un activo sonido de teclados a todo vapor en los cuartos hasta
llegar a la sala principal, Rommel logra ojear lo que espera en una puerta
semi-abierta por el camino, más jóvenes como su guía encerrados frente a varios
monitores en un cuarto similar a la entrada. Le llama la atención como siempre
una caja fuerte también visible, así son esa especie nueva de programadores
organizados bajo una fe, siempre algo para mantener asegurado en cualquier
esquina del planeta. “Buenos días…” – le da la bienvenida a la sala principal
un señor de cabeza gorda mas expresivamente vestido con camiseta roja de
cuadritos, pantalones y mocasines más aptos para trabajar. “…you
speak Spanish, is that correct?”
“Si
eso es correcto.”
“Ah muy bien, pase por aquí
por favor.” – entran, la sala convertida en su amplia oficina con muebles en
cada pared y dos asientos entre su escritorio de trabajo. Detrás suyo al
sentarse para seguir trabajando otra de las grandes cruces y delante suyo al
quitarle los ojos a su monitor un retrato mas grande de Koresh que toma la
pared, iluminado y con los brazos abiertos. Rommel se sienta frente al
caballero para que termine rápido lo que estuvo haciendo, en la espera observa
al lado de la cruz otro retrato de Jesús y otro de este señor vestido como
pastor posando con los que parece ser su congregación. “De verdad hizo bien en
llegar así antes, aquí está por estallar una seria situación desde la madrugada,
y ahora es mas preferible que resuelva su parte antes de otra entropía
paralizadora de protestas.” – el caballero comenta mirándolo pero con las manos
aun concentradas en su teclado.
“Yo ya eso lo sospechaba.”
“Muy cierto…” – interrumpe
las manos trabajando para hacer mas fija la conversación. “¿Usted nota que esta
todo como en silencio? Aquí, uno solo se percata cuando nada se escucha.
Entonces salimos de una desconfianza en la prensa a ni tan siquiera tener la
prensa.”
“Y como de costumbre la
policía nunca dice la verdad.”
“Esto comenzó en Ohio…” – explica
mirando el monitor. “Precisamente de donde usted salió, en la medianoche
elementos clandestinos de esta ciudad hicieron una incursión bien impropia,
hasta se llevaron gente…”
“Bien propio de los
elementos clandestinos en mi área ellos no esperan verlos vivos otra vez, así
que ya habrán respondido esa ofensiva.”
“Pues si, como a eso de las
cinco de la madrugada.” – mira a Rommel otra vez. “Se lo digo desde ahora que
evite tener que pasar por el este de Harlem. Ahora bien, seguimos aquí…” – abre
una gaveta y se va poniendo unos guantes desechables. “Veo que usted ya lleva
sus propios guantes puestos, eso es perfecto.” – y le exhibe una bolsita
desechable cargando un celular. “Por favor preste atención, no use esto para
hacer llamadas, ni se lo ponga en la oreja…” – accede la galería de fotos, se
lo ofrece a Rommel y él lo acepta. “Los jóvenes en las primeras dos imágenes
usted los encontrara afuera en la última estación de tren al norte de aquí…” –
se ven dos de esos chamaquitos altamente urbanos, facciones y piel dominicanas.
“La luz verde es para esos dos, usted se presentara usando este aparato para
cualquier uso que no sea personal, y ellos se lo van a quitar de las manos. No
saldrán corriendo, en vez de eso lo que harán es amenazarlo para mantenerlo
callado, y esa será su oportunidad.” – Rommel divisa una tercera y última foto
en la galería, este otro joven que no puede ser más diferente. Europeo blanco,
probablemente alemán, barbudo vestido como un punk y el pelo rubio bien alto en
brillantina.
“¿Este tercero?”
“Usted va a dejar ese
aparato con los otros dos. Si le explico, el tercer individuo es un
programador, similar a los muchachos que tengo aquí trabajando. Sus amigos han
estado hurtando cualquier celular que vean para entregárselo, y él lo
reprograma para unas gestiones…nefastas y subversivas. El tuvo una pasada
transgresión con nuestra causa y nos tomo tiempo, pero ya lo encontramos. Hoy
la labor suya es simplemente dejar claro un mensaje.”
“Gestiones subversivas, dice
usted…” – Rommel comenta guardando en la bolsa y luego en su abrigo el celular.
“¡Es la verdad, esto es
severamente importante! Sino pues hubiéramos contactado cualquier otra persona
de este mismo patio. Cabe mencionar que los dos que usted necesita ver hasta llevan
un perfil completo en varias manifestaciones. Exceden vandalismo, son de los
que linchan cualquier persona relacionada en las grandes compañías. Los otros
días de hecho acosaron y atacaron a un muchachito cardiaco en la discoteca bien
cerca al verlo salir del edificio de Lemelson. Nadie se siente seguro en ese
edificio bien cerca, están viviendo ahora encerrados…”
“¿Qué tan pronto usted cree
para que hayan manifestaciones para el día de hoy?” – Rommel le pregunta
levantándose rápido, el caballero hace lo mismo quitándose los guantes.
“Usualmente antes del mediodía,
usted lo que tiene es tiempo para alcanzarlos utilizando la parada del metro
aquí bien cerca. No se preocupe de las cameras de seguridad, aquí ya las
tenemos interceptadas desde temprano.” – le ofrece la mano para la despedida y Rommel
la acepta. “¡Que Jesús lo acompañe usted!”
El encuentro fue breve, pero para esos dos jóvenes de la
urbe fueron unos segundos bien lentos. Quien le agarro el celular era como mas
mayorcito y el único de los dos armado, no tuvo la misma velocidad que Rommel
por ser demasiada la sorpresa. El se lo pudo notar en las miradas, ellos
entienden que él no se estaba defendiendo. Jamás se imaginaron que era cuestión
de alguien esperándolos un día, tal y como la peor fuerza se acostumbra ahora
sin piedad a la miseria. Al segundo se le zafan lágrimas indeciso, se le ocurre
salir corriendo, furioso, señalando y amenazando, pero le alcanzan dos tiros
antes que vire. Se escucho duro y Rommel sale de la escena con prisa sin correr,
solo carros transitando con prisa en la escena por la estación a esas horas. Regresa
a la plataforma de la estación, regresa a su vehículo, y antes de regresar a su
cuarto en el hotel del aeropuerto encuentra al encapuchado ya mirando una torre
de humo subiendo desde una nueva protesta. Le pasa por el lado a las torres de
Lemelson una vez más, el área esta activa pero todo tranquilo. Y de regreso en
el hotel, aun sin noticias. Canales locales solo dan telenovelas hispanas o americanas,
reality shows, antiguas repeticiones de series clásicas, e inconcebiblemente más
clásica lucha libre. El canal de documentales ahora lo que trasmite es una
reseña sobre la presidencia de Barack Obama sobre sus propios ataques a la
prensa y aquel intento famoso de silenciar las revelaciones de la NSA. Le suena
el celular a Rommel y él contesta una llamada de Gabriela. “Gabriela, dime.”
“Gracias Rommel.”
“¡No, no es por nada! Tú
sabes que yo puedo en cualquier momento salir y conseguirlos ustedes cuando
necesiten. ¡Y yo puedo hacer más para ustedes los dos, tú lo sabes! Lo que tú
crees que no puedas pero yo sí, solo me lo dejas saber…”
“No, gracias Rommel. Ya me
entere, gracias por encontrar a esa gente…”
- AA
“No, eso no Gabriela. Para
eso tú jamás me des las gracias. Eso tu y yo nunca lo hablamos, adiós.” – y
engancha.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario